En algún momento u otro, todos nos hemos comprometido a empezar a hacer ejercicio «el lunes», «el nuevo mes» o «en cuanto tenga tiempo». Pero esos lunes nunca desaparecen. ¿Cómo podemos dejar de retrasar nuestros entrenamientos y por qué ocurre esto? El primer paso para cambiar este comportamiento es comprender por qué ocurre.
La falta de entusiasmo o energía es una de las principales causas de la procrastinación. Puede resultar difícil encontrar la motivación para levantarnos del sofá y ponernos unas zapatillas después de que la jornada laboral nos haya agotado. Incluso la idea de hacer ejercicio puede parecer desafiante y agotadora. Es fundamental reconocer que, en ocasiones, nuestro cansancio puede ser más psicológico que físico. Incluso un paseo rápido o un calentamiento pueden ayudarnos a sentirnos con más energía, reducir el estrés y mejorar nuestro estado de ánimo.
Sobreestimar la complejidad del entrenamiento es otro factor. Con frecuencia asumimos que cada sesión debe ser prolongada, intensa y realmente incómoda. Aplazamos las cosas cuando este ideal parece inalcanzable. Sin embargo, es importante tener en cuenta que incluso una breve ráfaga de actividad tiene un impacto, y aumentar progresivamente la carga se convertirá orgánicamente en un hábito.
La ausencia de un marco o una estrategia bien definidos es otro obstáculo frecuente. Es fácil encontrar razones para no empezar a hacer ejercicio cuando no sabes por dónde empezar o qué hacer. Poner ejercicios en tu calendario o hacer un programa básico te ayudará a poner orden y orden en el caos.
Comienza de a poco para modificar este comportamiento. Reconoce que el ejercicio es una actividad de autocuidado en lugar de un compromiso. Selecciona momentos y actividades agradables que complementen tu estilo de vida. Recuerda que cualquier ejercicio, por breve que sea, es una inversión en tu salud. Con el tiempo, dejarás de posponer tu nuevo hábito, ya que se convertirá en una parte normal de tu vida.